“Un niño es como una mariposa en el viento. Algunos pueden volar mas alto que otros, pero cada uno vuela de la mejor manera que puede”
Me atrevería a decir que todos en algún momento hemos caído en la trampa del ego que nos invita a compararnos con otros entendiendo la vida como una carrera o la acumulación de cosas. Cuántos de nosotros no sentimos alguna vez ese deseo de preguntarle al mejor de la clase ¿cuánto sacaste en el parcial? A ver si acaso nosotros habíamos sacado menos.
Pues bien, la teoría de la comparación social que enunció León Festinger en 1954 expone que cuando una persona se queda sin elementos argumentativos para sustentar su eficacia, valía o características, pone la atención en quienes le rodean a fin de obtener una referencia sobre sí misma y hacer una valoración, logrando definirse a sí mismo en referencia al resto. Pareciera ser que tuviera relación con la necesidad de sentirse parte de un colectivo a pesar de lo frustrante que puede resultar establecerse expectativas a partir de los resultados de dichas comparaciones.
Pareciera ser que madres y padres somos el nicho perfecto donde se albergan las comparaciones. Solo basta observar las salas de espera de servicios pediátricos en las que un simple comentario como “que niño tan lindo”, puede terminar en un “picoteo” entre quienes conversan, donde casi ni se espera a que el emisor termine de contar los logros de sus hijos y el receptor ya tiene bajo la manga otras mil preguntas o un menú de respuestas del tipo “a su edad mi hijo ya hacia blablabla”.
1. Rivalidad:
se empieza a asumir al otro como un rival y a la
vida como una competencia, dado que la idea que le damos al niño es que aquel
con quien le comparan es más aceptado y admirado por ser “mejor” que el mismo.
2. Celos y envidia:
cuándo las comparaciones son entre hermanos,
se suma a la rivalidad el celo, porque el niño asume que quien es mas aceptado
y admirado es en quien se deposita mas amor.
3. Amor propio minado:
por más que se comparen los niños con una buena intención y su fin sea en ocasiones, que el niño aprenda algo positivo (“…mira como Raúl si puede dormir solo en su cama… ¿por qué tu no puedes?”), lo que el niño lee entre lineas es que se están valorando cualidades que él no posee y esto desarrolla inseguridades.
Distorsión de los logros:
es probable que a partir de las comparaciones los niños establezcan expectativas poco realistas y su nivel de exigencia aumente no para motivarle sino para lastimarlo. Si el adulto logra conocer al niño y valorar lo que el niño es y hace, el niño puede partir de una expectativa realista de si mismo y desarrollar sus propias habilidades y deseos de manera ilimitada.
Importante aclarar que este articulo no es una oposición a las comparaciones que inevitablemente debemos hacer los profesionales que trabajamos con niños (pediatras, psicólogos infantiles, maestros) y que estamos en el trabajo de observarlos constantemente en referencia al desarrollo de otra cantidad de datos de niños que han sido captados en investigaciones y con ello determinar alertas y particularidades en el desarrollo que pueden ser atendidas con oportunidad.
Pero nuestras comparaciones se hacen
entre datos de niños… es decir, cuando usted asiste al pediatra y el le
pregunta si su niño a los 8 meses ya se sienta erguido sobre una silla, el no
tiene la intención de comparar a Pedro con Manuela, que se sentó a los 5 meses…
su intención es saber si Pedro (que ya tiene 8 meses) se esta desarrollando con
normalidad con respecto al resto de niños de 8 meses que hay en el mundo.
La invitación es entonces a estar
atentos a las valoraciones que hacen los profesionales de la salud acerca de
nuestros hijos, evitando hacer comparaciones y haciendo consciencia del impacto
que tiene en los niños que las hagamos. Cada niño es único y solo es posible
descubrir su belleza si tomamos el tiempo para observarlos sin filtros, sin
cintas métricas y con nuestros propios ojos.
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