No es el estrés que nos haga caer, es cómo respondemos a las situaciones
de estrés.
Wayde Goodall
Por años se pensó que
la práctica educativa debía estar inscrita en el escenario de la formalidad, articulándose
al rigor racional y limitando las emociones a la vida privada de los individuos.
No obstante, a la luz de los nuevos conocimientos y de las circunstancias
propias del mundo global, se ha entendido a la emoción como parte fundamental
del acto educativo en tanto que puede determinar su éxito o fracaso.
El sistema educativo
se enfrenta entonces a un desafío importante al reconocer su responsabilidad de
educar a personas con capacidad para desenvolverse en la sociedad actual,
integrarse, participar de forma activa y eficaz en el marco de las nuevas formas
de convivencia y ciudadanía, que además son diversas no solo en cuanto a sus características
físicas y mentales, sino también en sus formas de concebir el mundo y la vida.
De esta manera, ha
venido en aumento el interés por el desarrollo socioemocional del alumnado,
tomando conciencia de la importancia que tienen no solo los aspectos
cognitivos, sino también las emociones y afectos en aras de favorecer el desarrollo
integral, así como el propio bienestar docente.
Y precisamente, hablar de la formación y del
desarrollo de competencias socioemocionales en los alumnos requiere
necesariamente fijar la vista en uno de los actores principales del sistema
educativo: el profesor. Tal y como Sutton y Wheatly (2003) señalan, la
competencia emocional de los docentes es necesaria para su propio bienestar
personal y para su efectividad y calidad a la hora de llevar a cabo los
procesos de enseñanza / aprendizaje del aula, en general, y para el desarrollo
socioemocional en los alumnos, en particular.
La figura del maestro o docente ejerce una gran
influencia en los estudiantes, constituyéndose en referentes de los alumnos no
solo por lo que enseñan sino también por las cosas que hacen, la forma como actúan,
reaccionan y afrontan su propia vida. Hay estudios que indican la importancia
de la contribución del docente en el desarrollo socioemocional de sus
estudiantes, la cual parece tener efectos duraderos en sus vidas adultas (Birch
y Ladd, 1996; Murray y Greenberg, 2000; Pianta, Hamre, y Stuhlman, 2003).
Enrique Chaux asegura que en “algunos casos de
la formación ciudadana ocurre casi exclusivamente de manera implícita, a través
de lo que se ha llamado currículo oculto, es decir, por medio de las prácticas
cotidianas en el aula y en la institución educativa que reflejan ciertos
valores y normas que no se hacen explícitos, pero que sí generan aprendizaje en
los estudiantes” (Chaux, 2004, pág. 14). Las instituciones educativas en la
organización académica elaboran los criterios, planes de estudio, metodologías
y procesos en la formación de los estudiantes, estos aspectos se materializan
día a día en las prácticas pedagógicas. Sin embargo, es el diario vivir, con el
ejemplo, en lo que sucede en el aula, lo que no se planea, sino que se
vivencia, en esas relaciones directas que suceden en la clase para que ese
aprendizaje sea significativo. No por nada dice el adagio “el ejemplo vale más
que mil palabras”.
De allí que el compromiso del docente con su
propio desarrollo socioemocional tenga un impacto tan importante en el
desarrollo de las habilidades socioemocionales de sus alumnos. No puede un niño
aprender a pedir lo que quiere de manera asertiva, si escucha a los adultos a
su alrededor pronunciar sus deseos gritando, agrediendo o imponiéndose de
manera violenta. Siempre doy este ejemplo en mis formaciones y es que un niño
en un salón de clase no aprenderá que hay que hacer silencio en algunas
ocasiones si su profesor grita desde el tablero ¡SILENCIO POR FAVOR!... el niño
aprende en este caso, que gritar es una alternativa para captar la atención de
los demás y poder decir lo que quiere.
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